No hay mal que dure cien años


No hay mal que dure cien años

Hacía unos meses, mis problemas me interrumpían la vida, la detenían en una luz roja eterna. Los sentía como un muro imponente, de cemento y púas, y materials horribles que me bloqueaban el paso; el muro era de tamaño tan sobrecogedor, que perdí de vista mi norte. No sabía dónde estaba, no sabía qué hacer. 

Desde pequeña siempre supe lo que me gustaba y lo que no me gustaba, y ya como adolescente, descubrí mi pasión por el periodismo, por democratizar la información y darle acceso a todos– porque no hay mejor profesor que uno mismo, y según yo, el periódico es nuestro gran aliado, no nuestro rival–. Sin embargo, por un tema que se me resbaló entre los dedos como arena caliente, que me dejó con la ilusión en el suelo y me bloqueó emocionalmente, me extravié momentáneamente. No quería ver a nadie, tampoco quería hacer nada, sólo dormir y bajar a la playa y que se haga de noche para seguir durmiendo, hasta que me despierte una mañana, a un problema resuelto. Pero así no funcionan las cosas. 

Descubrí, no hace mucho, que la solución a todo problema empieza con uno mismo, está literalmente en nuestras manos dar un paso adelante, decisivo y valiente, para esclarecer los hechos y darles la vuelta de negativo a positivo, con un buen desenlace. 

Como hay problemas de toda índole, no quisiera generalizar y quitarle importancia a problemas que a veces vienen sin posible solución, sino con la mera posibilidad de aliviar y mejorar la situación. Hay tantas enfermedades sin cura, injusticias de pobreza, y vicisitudes de la naturaleza injusta, que mi problema, podría parecer una hormiga al costado de los monstruos que menciono. No obstante, maneras de mejorar, las hay, y para cualquier realidad. 

Como decía Mario Benedetti, uno de mis escritores favoritos, "No te rindas que la vida es eso,
continuar el viaje,
perseguir tus sueños,
destrabar el tiempo,
correr los escombros y destapar el cielo".

Y así fue, no me rendí, continué el viaje, perseguí mis sueños, destrabé el tiempo, corrí de los escombros y destapé mi cielo. Logré alcanzar una oportunidad que me hizo pasar por sobresaltos sin nombre, como ser deportada de un país por tener dos visas vigentes en el mismo pasaporte, o como perder un trabajo del que mantuve una gran ilusión por meses. Nada hubiese sido posible sin la ayuda de mi familia y mis amigos cercanos; ellos son lo más valioso que tengo. Rodearse de gente que riegue tus sueños para que crezcan las florecitas y hasta en algún futuro, un jardín hermoso, es la clave de la felicidad. 

Cuando todavía me encontraba hundida en el fango de mis problemas, una buena amiga me regaló un ejemplar de la revista Time sobre la soledad. ¿Qué pasa cuando uno está solo, completamente solo en el mundo y no tiene familiares o un círculo de amigos cercanos? ¿Qué sucede cuando son las tres de la mañana, y tienes un problema, y no se te ocurre a quién llamar? Hoy por hoy la gente vive más sola que nunca, e irónicamente más conectada (virtualmente). El año pasado, Theresa May creó el Ministerio de la Soledad, el primero en la historia. Puedes marcar un número y hablar con alguien, a cualquier hora. Me sentí inmensamente agradecida y suertuda de estar rodeada de tantos corazones enormes, llenos de amor y paciencia y carisma y ganas de ayudar. Decidí también, que no iba a hacer de sus esfuerzos un acto en vano, y por eso mismo me puse las pilas, bien puestas, y las manos a la obra. El problema, hoy, ya solucionado, me puso los pies sobre la tierra y me dio una perspectiva sin precio sobre la vida. 

Finalmente, anhelo un futuro en donde ayudar no sea para esperar algo a cambio, sino sólo porque sí. Que la política de los países no viva bajo ideas de cooperación, siempre y cuando haya lucro de por medio. Un caso, es la crisis en Venezuela, me parte el alma, a veces no soy capaz de ver los videos de las masas de personas tratando de escapar el desastre en la frontera con Colombia. Por ejemplo, Estados Unidos ya pudiese haber destituido a Maduro, hace años luz, pero no, porque no tienen qué ganar. Cuando converso con un venezolano en Lima, le pregunto cómo los tratan en mi país, la mayoría de veces están muy agradecidos de la hospitalidad de los peruanos, y si la respuesta es mala, los trato de animar. Sé que Venezuela logrará salir del problema, y, ¿saben por qué?, porque la gente está unida, y cuando se trabaja en equipo y hay amor de por medio, toda ilusión es posible. 

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