Otra noche en Miami


Otra noche en Miami

Eran las doce y cuarto y seguíamos en el restaurante. No era un restaurante común, lo definiría más como una discoteca con mesas para pedir piqueos, ahí está. La verdad la pasé fenomenal, hace mucho que no la pasaba tan bien. El DJ tocaba sobre un pequeño estrado, y parecía estar de cumpleaños porque bailaba más que nadie; su selección de canciones describían la doble moral de una noche en Miami, colores, brillo, drogas, alcohol, celos, sexo y calor. 



Después de dos tragos con sabor a fruta acaramelada, bien dulces y empalagosos, caminé al baño, procurando no rozar con nadie, en lugar tan lleno de gente. La variedad de fiesteros oscilaba desde jóvenes escolares, hasta adultos mayores de edad indefinida por la cantidad de botox que tenían inyectado en la piel, especialmente en los labios y pómulos, dándoles un aspecto bufonesco, de caricatura. No dudo en que se desinflarían con un pinchazo de aguja, pero claro, ¿quién lo haría? Siendo más realistas, la picadura de una abeja tendría más probabilidades de desinflar a esos seres. Mientras esperaba en la fila del baño, mirando imágenes de valor efímero en Instagram, le presté oídos a la conversación de dos señoras que tenía adelante.  

"Hija, y esas boobies que llevas, ¡están espectaculares!"
"Te diré el secreto, es este doctor, mágico, que te las pone en un abrir y cerrar de ojos, y sólo me costaron diez mil dólares, ¿lo crees?"
"Querida, si están de ensueño, ¡tienes los globos del cielo!"
"Oh, gracias reina, ¿y tu nariz? La veo más refinada."
"Sí, me la limé hace un par de semanas, pero no es nada, estoy esperando a que me paguen para operármela bien".
"¿Has visto a ese dios griego que rondea la zona del bar?"
"No! ¿vamos?, ¡quiero conocerlo ya!, quizás tenga un yate, y una mansión en South Beach. Ay, sería como ganarme la lotería baby."

"La cagada, a dónde se fue la humanidad", pensé, mientras recordaba la crisis venezolana que cubrimos a diario en el trabajo. Ese día, nuestro reportero estrella se encontraba en Cúcuta, la ciudad fronteriza colombiana, donde permanece la ayuda humanitaria, enviada por los países democráticos de buena moral, la cual Maduro prohíbe que entre al país. Sus reportajes, me dejaron sin palabras, las imágenes, ni qué decir: madres escuálidas, bebés desnutridos, viejitos sin medicamentos y más sufridos por el estilo, cruzando la frontera a diario para tener un pan y un poco de leche quizás. Y acá al frente tengo a este par de plásticas hablando de la inmortalidad del mosquito, ¡por el amor de dios!. 

Me incliné hacia el espejo, humedecí un papelito y me limpié el borde de los ojos porque el delineador se había borroneado un poco. Regresé a paso lento y pensativo a la mesa. Las luces me cegaban, pero la música era tan buena, que me dejé llevar por el hipnotizador brillo de las fiesta. Resulta que era una tradición del restaurante que a las doce y media todos los mozos se suban a las mesas con una especie de candelas chispeantes y las repartan a la gente mientras bailaban. Mis amigas la estaban pasando bomba, bailando sobre las mesas también, rebosaban felicidad. Todos movían las luces chispeantes al son de la canción, me animé y subí a la mesa.

Nos fuimos una hora después, la fiesta ya estaba medio vacía, pero quedaban unas cuantas personas, las típicas: parejas chorreadas en los sillones y los bailarines solitarios, girando en un eje dudoso, con los brazos abiertos, como volando. No sé si fue el alcohol o la cegante luz, pero vi a todos iguales. Las mujeres con vestidos rojos o negros, pegaditos como de látex, y los hombres con el pelo peinado hacia atrás, con abundante gel– ¿los habrá lamido una vaca gigante? 


Mientras redacto esta columna, pienso en la doble moral de las fiestas en Miami. Las personas que conoces en los eventos, son difíciles de leer, y eso, si es que hay algo de leer en ellas; la mayoría son de mente y alma despejada, vacía, nula.

 No sabes si te miran por tu carita bonito, o porque en realidad quisieran tomarse un café contigo y hablar de las injusticias del mundo, o de la última película de Robert de Niro, me confunden, de veras.

¿Será un dilema de la sociedad? Una sociedad que vive el momento, pero no piensa en el mañana, ni en el pasado, ni en el futuro, ni en el bendito entorno, sino tan sólo en encontrar el alimento perfecto: la mejor superfood para sus egos.

Pedir que el mundo entero se convierta en Madres y Padres Teresas de Calcuta, es también, ridículo, pero un poco de empatía no le caería mal a muchos.

Ay diosito, ¿será que me estoy ofuscando en las personas superficiales y egoístas, que respiran, comen, duermen y lloran por su ego y olvidando a la linda humanidad que también hay?


Sí, creo que estoy generalizando. Siento a esta columna como una entrada de diario. Estoy descubriendo mi respuesta al escribir.

Miami es enorme, Florida más aún, entonces ¿qué supongo encapsulando la mentalidad de la gente en una mínima cantidad de personas que veo al salir de fiesta? Cabe resaltar que no todos son así, me encuentro con gente genial, pero es la vibra de Miami, la que vez en películas, la ostentosa vida de libertinaje y lujuria, la cual me resulta curiosa, repelente. 


Por ejemplo, me pregunto qué harán las dos mujeres del baño un lunes por la mañana. ¿Estarán debatiendo qué marca fabrica los mejores zapatitos para sus Shitzus?, o ¿qué tienda vende las mejores Chanel vintage?
También, debo recordarme que no las conozco y que no puedo juzgar sin conocer. Ay, pero amigos, ¿qué sería de nosotros seres humanos, sin nuestro don de observar, imaginar, y a veces, juzgar en lo más profundo de nuestras entrañas?

¿De algo nacen nuestros pensamientos no?

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