Ya nadie me lee

 Antes, en un pasado no tan lejano, mis textos irradiaban sensación. Todos tenían algo que ver con ellos, los mencionaban, compartían, criticaban y hasta censuraban. Dicho esto, cuando digo todos, no me refiero a todos pero me refiero a mi pequeño grupo de amigos, conocidos y conexiones de conocidos que se sentían como el mundo entero para una aventurera de las letras como yo. Claro que escribir trae consigo bastantes pormenores, entre ellos el del escándalo porque un autor no es más que un humano con el corazón desconsolado que encuentra el sosiego imposible en las letras, en ese espacio en blanco que de a poco vamos llenando con tinta negra, llena de luz. Los autores somos todos mártires que abrimos nuestras heridas del pasado incierto, inconsolable, a menos que seamos autores de un libro de viajes y hoteles de encanto, pero claro, si omitimos el amor y el consiguiente quiebre de pasión y la esperada necesidad de la reivindicación de la antigua candente flama, no es tanto más que un panfleto de una agencia turística, monótono y lleno de brillo artificial. Y la realidad es que en textos como aquellos, no somos autores, sino comunicadores de anécdotas maquilladas para un propósito distinto al de uno y acomodado al de otros. 

Mi humilde prosa es mi mejor confidente, mi amiga, es un espacio siempre presente esperándome tranquilo para cuando lo necesite. Nunca me siento sola con mis palabras, me siento tranquila, en paz y acompañada porque el texto me escucha, me entiende, me comprende como nadie y por eso motivo siempre escribir. Pero claro, no es que escribir sea tarea sencilla y de fluidez natural para todo habitante de esta tierra, como para mí las finanzas aparentan ser un ámbito cuasi irreal que no puedo trasladar a las palabras mientras los números cambiantes van aumentando en millares y me confundo en la confusión. A eso voy, que escribir no es para todos, pero a diferencia de las complejas ciencias financieras, escribir es un ejercicio que todos debemos al menos intentar, en la soledad, en la felicidad, en donde sea. 

Ahora, cosa simple es decirlo, es otro el acto de ponerlo en práctica. Porque al escribir, sinceramente podemos abrir puertas indeseadas y llegar a destinos quizás cubiertos inconscientemente con un retinto indeleble para nunca más recordar. Pero es aquel detalle parte importante del ejercicio de escribir. Se vuelve fundamental en la prosa más sincera y rica, en la que te mantiene despierto, el acto de desatar los nudos del pasado, del presente y del futuro que no permiten acceso fácil a la pureza de vivir en paz. 

Por ejemplo, en estos momentos me estruja el intestino el sentimiento de impotencia literaria. Siendo completamente sincera, siento que soy una piedra perdida en lo más hondo del océano Atlántico, esperando que venga una ballena y se la trague y la escupa en la arena de una playa cubana para después conectar con otras piedras desconsoladas por la falta de voz. Pero claro, ese ejemplo, quizás altamente exagerado por mi libertad actual y flojera de retomar el texto, es sólo un arco que conecta mis sentimientos con mis acciones y quizás sí me sienta como la piedra, pero no debería compararme con las situaciones de real falta de libertad de expresión, porque no las vivo. Tengo todo el acceso, tengo el mundo en mis manos, con este teclado. El mundo es mi ostra; perdonen la traducción literal, suena horrible. Detengámonos antes de que empeore, es más, continuemos con la historia de la piedra, ¿por qué no? Esa piedra fue tragada por una ballena azul que navegó por los mares, por días, semanas y meses hasta que se detuvo junto a una isla porque le fascinaban las palmeras que bailaban al ritmo de las olas y el viento.

El resto es historia y se los dejo a la riquísima imaginación que llevan. Ojalá me sigan leyendo, porque les cuento un cuento: seguiré escribiendo. 








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